Fuente original: The Wall Street Journal The Brains of the Animal Kingdom - by Frans De Wall
Una nueva investigación muestra que hemos subestimado el alcance y la escala de la inteligencia animal. El primatólogo Frans de Waal nos lo cuenta, basándose en chimpancés campeones de memoria, elefantes que utilizan herramientas y ratas capaces de empatizar.
¿Quién es más inteligente: una persona o un simio? Bien, depende de la tarea. Considere a Ayumu, un chimpancé macho joven de la Universidad de Kyoto, que en un estudio realizado en el año 2007, dejó en ridículo la memoria humana. Ayumu fue entrenado con una pantalla táctil, pudo recordar una serie numérica aleatoria de nueve cifras, del 1 al 9, y posteriormente fue capaz de pulsar la serie numérica en el orden correcto, a pesar de que las series numéricas habían sido expuestas durante una fracción de segundo y luego habían sido reemplazadas con cuadrados blancos.
He probado la tarea, y a pesar de tener más tiempo que el simio inteligente no he sido capaz de memorizar un registro de más de cinco cifras. En el estudio, Ayumu superó a un grupo de estudiantes universitarios y con gran diferencia. Al año siguiente, se enfrentó al campeón británico de memoria, Ben Pridmore, y resultó ser él, el "chimpion".
By PJ KAPDostie (Own work) [CC-BY-SA-3.0], via Wikimedia Commons
¿Cómo se da a un chimpancé, a un elefante, a un pulpo o a un caballo, un test de inteligencia? Puede parecer el inicio de un chiste, pero en realidad es una de las preguntas más espinosas de la ciencia actual. Durante la última década, los investigadores en cognición animal han llegado a algunas soluciones ingeniosas para este problema. Estos descubrimientos han empezado a poner fin a la visión de la humanidad como algo único en el universo, visión que existe desde la antigua Grecia.
La idea de Aristóteles de la “Scala naturae”, la escala de la naturaleza, puso todas las formas de vida en orden, de inferior a superior, siendo los seres humanos los más cercanos a los ángeles. Durante la Ilustración, el filósofo francés René Descartes, uno de los fundadores de la ciencia moderna, declaraba que los animales eran autómatas sin alma. En el siglo XX, el psicólogo norte americano BF Skinner y sus seguidores tomaron el mismo tema, pintando los animales como poco más que máquinas de estímulo-respuesta. Los animales, según ese argumento, son capaces de aprender pero seguramente no son capaces de pensar ni de sentir. El término "cognición animal" sigue siendo un oxímoron.
Sin embargo, numerosas evidencias demuestra que hemos subestimado el alcance y la escala de la inteligencia animal. ¿Puede un pulpo usar herramientas?, ¿Tienen los chimpancés sentido de la justicia?, ¿Pueden las aves adivinar lo que otros saben?, ¿Sienten las ratas empatía por sus amigos? Sólo unas pocas décadas atrás hubiéramos contestado "no" a todas estas preguntas. Ahora no estamos tan seguros.
Los experimentos con animales han sido obstaculizados por nuestra actitud antropocéntrica: los solíamos poner a prueba con ejercicios o actividades que funcionan bien con los humanos, pero no con otras especies. Ahora los científicos tratan los animales con sus propios términos, en lugar de tratarlos como peludo o pluma, y este cambio está remodelando nuestra comprensión.
Los elefantes son un ejemplo perfecto. Durante años, los científicos creían que eran incapaces de utilizar herramientas. No obstante, se ha comprobado que los elefantes utilizan palos como herramienta para rascarse la parte trasera cuando tienen picor. En estudios anteriores, a los paquidermos se les ofreció un palo alargado a la vez que se les colocaba la comida fuera de su alcance para ver si utilizaban el palo para recuperarla. Este planteamiento funcionó bien con los primates, pero los elefantes dejaban a un lado el palo. A partir de esto, los investigadores concluyeron que los elefantes no entendían el problema. A nadie se le ocurrió que tal vez nosotros, los investigadores, no entendíamos a los elefantes.
Piense en el experimento desde la perspectiva del animal. A diferencia de los primates, los elefantes también usan su nariz como órgano para agarrar cosas. Los elefantes usan sus trompas no sólo para llegar a los alimentos, sino también para oler y tocar. Con su incomparable sentido del olfato, los animales saben exactamente lo que están buscando. La visión es secundaria.
No obstante, tan pronto como un elefante coge un palo, sus fosas nasales se bloquean. Aun cuando el palo está cerca de la comida, impidiendo sentir y oler. Es como enviar a un niño con los ojos vendados en una cacería de huevos de Pascua.
¿Qué tipo de experimento haría justicia a la anatomía del animal y a sus habilidades?
Los experimentos con animales han sido obstaculizados por nuestra actitud antropocéntrica: los solíamos poner a prueba con ejercicios o actividades que funcionan bien con los humanos, pero no con otras especies.por Frans De Wall
En una reciente visita al Zoológico Nacional en Washington, me reuní con Preston Foerder y Diana Reiss del Hunter College, que me mostraron lo que Kandula, un joven elefante, podía hacer si el problema anterior se presentaba de manera diferente. Los científicos colgaron fruta muy por encima del recinto del animal, justo fuera del alcance de Kandula. Al mismo tiempo le dieron palos y una caja cuadrada muy resistente.
Kandula ignoró los palos, pero después de un tiempo, empezó a patear la caja. La pateó varias veces en línea recta hasta que esta estuvo justo debajo de la rama donde había la fruta. Se puso de pie con sus patas delanteras encima de la caja, lo que le permitió llegar a la comida con su trompa. Así pues, un elefante puede utilizar las herramientas, siempre que estas sean las correctas.
Mientras Kandula masticaba su recompensa, los investigadores explicaron cómo había variado la configuración del experimento, haciendo la vida más difícil para el elefante. Habían puesto la caja en una sección diferente del recinto, fuera del alcance de la vista del elefante, de modo que cuando Kandula vio los alimentos tuvo que recordar cómo había solucionado el problema anteriormente y se alejó en busca de herramientas. Aparte de unas pocas especies de cerebro de gran tamaño, como los seres humanos, los simios y los delfines, no muchos animales hacen esto, pero Kandula lo hizo sin dudar, hiendo a buscar la caja desde una gran distancia.
Otro experimento fallido con elefantes involucraba el test del espejo, un clásico para evaluar si un animal reconoce su propio reflejo. Inicialmente, los científicos colocaron un espejo en el suelo fuera de la jaula del elefante, pero el espejo era mucho menor que el mayor de los animales terrestres. Todo lo que el elefante podía ver eran cuatro patas detrás de dos hileras de barras, ya que el espejo las duplicaba. Cuando se marcó el cuerpo del animal de tal manera que la marca fuese visible solamente con la ayuda del espejo, el animal no se dio cuenta o no fue capaz de tocar dicha marca. El veredicto fue que las especies carecían de conciencia de sí mismas.
Pero Josué Plotnik del Think Elephant International Fundation modificó la prueba. Les dio a los elefantes acceso a un espejo de 8 por 8 pies (aproximadamente 2,5 por 2,5 metros) y les permitió tocarlo, olerlo y mirar detrás de él. Con este espejo grande, les fue mucho mejor. Un elefante asiático se reconoció. De pie, frente al espejo, se frotó varias veces una cruz blanca de la frente, una acción que sólo podía haber realizado mediante la conexión de su imagen reflejada y su propio cuerpo.
Un problema experimental similar también había propiciado creencias erróneas. Hasta hace dos décadas predominaba la idea de que nuestra especie tenía un sistema único de reconocimiento facial, ya que somos mejores en la identificación de caras que cualquier otro primate. Otros primates habían sido probados, el experimento estaba diseñado con rostros humanos basados en la suposición de que los nuestros son los más fáciles de distinguir.
Cuando Lisa Parr, una de mis compañeras en la Universidad de Emory, probó la capacidad de los chimpancés de reconocer retratos de su propia especie el resultado fue un éxito. Los chimpancés seleccionaron retratos en una pantalla de ordenador, incluso podían relacionar las madres con sus crías. Después de haber sido entrenados para detectar similitudes entre imágenes, se les mostró el retrato de una hembra y luego se les dio a elegir entre otras dos caras, una de las cuales era un descendente de la hembra. Ellos preferían esta última basándose en parecidos entre los dos chimpancés, ya que no conocían a ninguno de los monos representados.
También puede ser necesario repensar la fisiología de la inteligencia. Por ejemplo, tomemos el pulpo. En cautiverio, el pulpo reconoce a sus cuidadores y aprende a abrir frascos de pastillas protegidas con tapas a prueba de niños, una tarea con la que muchos humanos tienen dificultades. Su cerebro es el más grande entre los invertebrados, pero la explicación de sus habilidades extraordinarias puede ser otra. Parece que estos animales piensan, literalmente, fuera de la caja del cerebro.
Los pulpos tienen cientos de ventosas, cada una equipada con su propio ganglio con miles de neuronas. Estos "mini-cerebros" están interconectados, constituyendo un sistema nervioso ampliamente distribuido. Es por eso que un brazo de pulpo, una vez cortado, puede arrastrarse e incluso recoger comida.
Del mismo modo, cuando un pulpo cambia el color de piel en defensa propia, como imitando una serpiente marina venenosa, la orden puede proceder de la piel en vez de hacerlo des del comando central. En un estudio hecho en el 2010 se encontraron secuencias de genes en la piel de sepia similares a las de la retina del ojo. ¿Podría existir un organismo con una piel que ve y con ocho brazos que piensan?
Sin embargo es necesaria una advertencia: a veces nosotros también hemos sobreestimado la capacidad de los animales. Hace aproximadamente un siglo, se pensó que un caballo alemán llamado "Kluger Hans" (Clever Hans) era capaz de sumar y restar. Su dueño le preguntaba el producto de multiplicar cuatro por tres, y Hans golpeaba su pata 12 veces. La gente estaba atónita, y Hans se convirtió en una sensación internacional.
Hasta que Oskar Pfungst, un psicólogo, investigó las habilidades del caballo. Pfungst descubrió que Hans sólo tenía éxito si su propietario conocía la respuesta a la pregunta y estaba visible. Al parecer, el dueño sutilmente cambiaba de postura o enderezaba la espalda cuando Hans alcanzaba el número correcto de golpes. (El propietario lo hizo sin ser consciente de ello, por lo que no hubo fraude.)
Algunos lo ven como una degradación de la inteligencia de Hans, pero yo diría que el caballo era de hecho muy inteligente. Sus habilidades en aritmética puede que fuesen defectuosas, pero su comprensión del lenguaje del cuerpo humano fue notable. ¿Y no es ésta la habilidad que más necesita un caballo?
La conciencia del "Efecto Clever Hans", como se le conoce ahora, ha mejorado mucho la experimentación animal. Desafortunadamente, a menudo, es ignorada en la investigación comparable con los seres humanos. Mientras que los laboratorios que trabajan con perros ponen a prueba el conocimiento de sus animales pidiendo que sus dueños estén lejos o con los ojos vendados, los niños pequeños se siguen presentando a las tareas cognitivas sentados en el regazo de sus madres. El supuesto es que las madres son como los muebles, pero cada madre quiere que su hijo tenga éxito, y nada garantiza que sus suspiros, giros de cabeza y cambios sutiles en la posición no sirvan como señales para el niño.
Esto es especialmente relevante cuando se quiere establecer cómo de inteligentes son los simios con respecto a los niños. Para comparar sus habilidades cognitivas, los científicos enfrentan ambas especies ante problemas idénticos, tratándolos exactamente igual. Al menos esa es la idea. Pero los niños están en manos de sus padres, se les suele hablar con frases como "¡Mira esto!" "¿Dónde está el conejo?", y además están tratando con miembros de su propia especie. Los monos, en cambio, se sientan detrás de las rejas, no se benefician del idioma o de un padre cercano que conoce las respuestas, y se enfrentan a los miembros de una especie distinta. Las probabilidades se apilan de forma masiva en contra de los simios, pero si no se comportan como los niños, la conclusión invariable es que carecen de las capacidades mentales que se investigan.
Cuando se le pide al chimpancé que elija entre dos fichas, una de las cuales se podrá canjear por alimentos únicamente para él y la otra que es canjeable por alimentos para él y otro chimpancé, prefiere la ficha que premia a los dos.por Frans De WallEn un estudio reciente, sobre el seguimiento de los movimientos por parte de las crías de chimpancés, se descubrió que las crías seguían mucho mejor con la mirada a los miembros de su propia especie que a los humanos. Este hallazgo conlleva enormes implicaciones para las pruebas en las que los chimpancés deben prestar atención a los experimentadores humanos. Esta barrera entre especies puede explicar la diferencia en el rendimiento en comparación con el de los niños.
Detrás de muchas de las creencias erróneas sobre la inteligencia animal se encuentra el problema de la evidencia negativa. Si mientras camino por un bosque en Georgia, donde vivo, no veo ni escucho el pájaro carpintero, ¿me permite esto llegar a la conclusión de que el ave está ausente? Por supuesto que no. Sabemos que estos espléndidos carpinteros saltan fácilmente alrededor de los troncos de los árboles para permanecer fuera del alcance de la vista. Todo lo que puedo decir es que me falta la evidencia de que el pájaro exista.
Es bastante desconcertante, ¿por qué en el campo de la cognición animal hay una historia tan larga de afirmaciones sobre la ausencia de capacidades basándose sólo en unos pocos paseos por el bosque? Estas conclusiones contradicen la famosa frase de la psicología experimental, según el cual "la ausencia de evidencia no es evidencia de ausencia".
Centrémonos en la cuestión de si somos la única especie que se preocupa por el bienestar de los demás. Es bien sabido que los simios se ofrecen ayuda entre ellos de manera espontanea para defenderse ante el peligro, como por ejemplo para defenderse de los leopardos. También consuelan compañeros afligidos con abrazos tiernos. No obstante, durante décadas, estas observaciones fueron ignoradas, y se prestó más atención a los experimentos según el cual los monos eran totalmente egoístas. Había sido probado con un mecanismo que permitía observar si el chimpancé estaba o no dispuesto a empujar la comida hacía otro chimpancé. Pero tal vez los simios no entendieron tal mecanismo. Sin embargo, cuando se le pide al chimpancé que elija entre dos fichas, una de las cuales se podrá canjear por alimentos únicamente para él y la otra que es canjeable por alimentos para él y otro chimpancé, prefiere la ficha que premia a los dos.
Tal generosidad no se restringe a los simios. En un estudio reciente, las ratas liberaron a un compañero atrapado incluso cuando un se les había puesto al lado un recipiente con chocolate. Muchas ratas primero liberaron al compañero atrapado y después ambos roedores compartieron la golosina.
La única constante histórica en mi campo es que cada vez que una afirmación sobre la singularidad humana se desmiente las demás reclamaciones rápidamente ocupan su lugar. Mientras tanto, la ciencia sigue minando el muro que nos separa de los otros animales. Hemos pasado de ver a los animales como impulsados por el instinto de estímulo-respuesta máquinas a considerarlos como tomadores de decisiones complejas.
La escalera de Aristóteles de la naturaleza no sólo está siendo aplastada, sino que se está transformando en un arbusto con muchas ramas. Esto no es un insulto a la superioridad humana. Tendríamos que haber reconocido hace mucho tiempo que la vida inteligente no es algo que tengamos que buscar en los confines del espacio, sino que es abundante aquí en la tierra, frente de nuestras narices.
Por Frans De Wall.